lunes, 31 de enero de 2011

La posmodernidad no está hecha para la tristeza. Esta dominación hegemónica y por lo tanto sutil e inconsciente invade tanto lugares, no-lugares; hace imposible detonar. 
Porque cuando el alma está herida,  el espíritu dañado inmediatamente los botones activadores de la virtual felicidad surgen, idealizando a la tristeza como un estadio que prontamente debe aliviarse, como un pasaje inútil, innecesarios de nuestras vidas. ¿Acaso también el dolor no nos hace paradojicamente más vulnerables a las situaciones, no nos humaniza? Pero no, esos mecanismos estructurados, anónimamente creados (y cuidadosamente hilvanados) pero conjuntamente asumidos no hacen más que anestesiar el dolor, los fracasos es decir, todo aquello que todos sentimos pero que muchos coercitivamente no expresamos.

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